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El Giro de la Fantasía

El día antes del SinGiro

 

Torre d’Isola, 8 de mayo de 2020
Por nuestro enviado Claudio Gregori
El logo de SenzaGiro fue diseñado por Osvaldo Casanova

 

El Giro de Italia es inmortal. Incluso cuando se para está vivo, más fuerte que cualquier herida y que cualquier prohibición. Este Giro de la fantasía es la prueba de ello. Es el antídoto contra el mal. El desafío de la creatividad ante el Coronavirus. El Giro de Italia no es solo un juego de músculos y de cifras. Es sueño y pasión. Vive incluso cuando el viento de la carrera se aplaca. Fermenta. Se aferra a la épica. Incluso cuando duerme regala el suspiro del canto. Homero no murió con la guerra de Troya. Vive después de tres mil años.

Ya no están los grandes trovadores como Alfonso Gatto y Buzzati, Achille Campanile y Pratolini, Orio Vergani y Bruno Roghi. Pero hay un puñado de escritores —diría Dante— de la «facción de la ruta». Cabalgan biciletas. Conocen el arte del bordado. Tienen el fuego de la pasión. Y también ellos están en la carrera. El lector los juzga. Patalean con el grito de salida como los grandes campeones. Su arma es la que John Keats, gran poeta romántico, llama the Fantasy. Siguen todos su consejo: «Leave always wandering the fantasy, /…/ Opens you the door to the cage of the mind, / and, you will see, it will launch flying into the sky», “Deja siempre vagar la fantasía/…/ abre la puerta de la jaula de la mente, / y, verás, se lanzará volando hacia el cielo”.

El recorrido del Giro 2020 se presta a altos vuelos. Es bonito y variado. El elenco de los participantes es excelente. Hay cuatro ganadores: Nibali, Dumoulin, Froome y Carapaz. Otros corredores —el primero Simon Yates— albergan grandes esperanzas. La lista de esprínters es extraordinaria —con Ackermann, Viviani, Demare, Groenewegen, Ewan, Kristoff, Cavendish, además del formidable Peter Sagan— y promete momentos soberbios. Dos jóvenes pueden convertirse en la sensación: Evenepoel y Ganna. Y el Giro, ya se sabe, es revelación.

«El Giro es una maravillosa carrera humana cuya meta es la felicidad», escribió Alfonso Gatto. Todos la buscan. Incluso el último de los gregarios la sueña. En el bidón tiene el líquido mágico de la esperanza. También nosotros lo tenemos.

Se inicia en Hungría, la patria de Sándor Petöfi, el Mameli magiar. Budapest es un fundamento de la historia de Europa. Una ciudad maravillosa y muy apreciada por nosotros, puesto que fue la revolución de Budapest de 1956 la que encendió nuestro interés por la política.

Es la decimocuarta vez que el Giro de Italia parte del extranjero. ¿Por qué lo hace? Porque es una carrera que no tiene límites. Si el Coronavirus divide, aísla, el Giro es un puente que une. Un mensaje de alegría llevado por un enjambre de doscientos jóvenes de todos los países y de todas las religiones. Un gran spot planetario.

En la contrarreloj inicial el Giro atraviesa el corazón de Budapest: desde Pest, en la llanura, hasta Buda, sobre la colina, pasando por encima del Danubio. Lo hace al compás de las rapsodias húngaras de Liszt. A lo largo de la carretera estarán Los muchachos de la calle Pál y La viuda alegre, con los fantasmas de Ferenc Molnar y de Franz Lehár. Y Puskas, con sus compañeros de la mítica Honved, y Laszlo Papp, el púgil, y una hilera de maestros de esgrima, waterpolistas, nadadores formidables y hasta Rosa, la abuela de Gianni Brera. Encuentros por la calle al perfume de goulasch, al sonido de los violines gitanos.

Volveremos a Sestriere, el primer dosmil de la historia (1911). Subiremos el Stelvio, donde Coppi destruyó a Koblet (1953). Rozaremos la Catedral de Monreale y el Valle de los Templos, y castillos y palacios y pueblos preciosos. El Giro es una clase de geografía, de historia, de literatura, de música, de gastronomía. Una universidad fabulosa en plein air.

Descubriremos los lugares de Imre Kertész —Premio Nobel de literatura de 2002, superviviente de Auschwitz— de Marai, Bartók y Kodály (Budapest) y de Pirandello (Agrigento), de Verga (Catania), de Marino Moretti (Cesenatico), de Fellini (Rimini), de Zanzotto (Pieve di Soligo), de Alfieri (Asti), de Fenoglio (Alba)… La carretera nos contará historias de hombres. Y el Giro, sobre la carretera, se mueve.

El Giro es vida. Genera. Despierta. Enciende. Y nosotros esperamos que este Giro de la Fantasía haga brotar la maravilla, que siembre el color de la sonrisa, que propague polvo de estrellas sobre la tinta negra del Coronavirus. La verdadera carrera es aventura. A veces es drama. A veces calvario. En cambio, este Giro tiene la levedad de la fábula. Incluso el último de la clase podrá pedalear 3578,9 kilómetros. Hasta los más altos serán capaces de superar los 45.000 metros de desnivel y escalar, sin escupir sangre, el Etna, Pincavallo, Stelvio, Izoard. Montes sobre los cuales están esculpidos los dibujos de otros tiempos.

El Giro es memoria. “El Diablo Rojo” Gerbi nos está esperando en Asti. Con Malabrocca, el maillot negro, que nació hace cien años. Tranquilos. Sin alboroto. Esta es una carrera silenciosa como un libro. Se hojea, sin oír cómo estallan la ira o la blasfemia. Uno no viene arrollado por el polvo. Ni apesta de sudor. Ni se reciben palmaditas en la espalda. Y, sin embargo, no se trata de un Giro aséptico. Tiene una gran ventaja: puede sorprender. Aquí no hay un solo director: la lógica. Los directores son veintiuno, una garantía de imprevisibilidad.

El año que viene se volverá a respetar la jerarquía. A aspirar el polen de la carretera. A recibir en la cara los sablazos de la tormenta. A descifrar con eterno asombro los jeroglíficos de polvo de Bartali y Coppi, celados ya en cofres del tesoro. Y recordaremos este Giro como un sueño sin tiempo.

El tiempo en el Giro tiene una gran densidad, por la presión de la afición y por el pulular de los recuerdos. El tiempo en el Giro está increíblemente comprimido. Así, en la cronología de la carrera, Ganna es como el hombre de Neardental, Binda es Tutankamón, Coppi —el hombre del Veni, vidi, vici— es César, Merckx Napoleón. Y hay miles y miles de protagonistas más.

Mañana empezamos. El Giro de la Fantasía esconde aún sus secretos. Veremos dónde nos llevará este diálogo. De momento subamos sobre la nave que nos conduce hacia allí, como hizo Buzzati cuando se dirigía a Palermo en el fabuloso Giro del 49. Claro, no intervendrán los fantasmas de Montecassino. Pero en el momento del duelo supremo estaremos, como Buzzati, sobre la puerta de Troya observando cómo Aquiles atraviesa a Héctor con la lanza de la larga sombra. Con una sonrisa.

 

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