A cargo de Michele Lauro
Desde la plaza de la Catedral de Monreale hasta el Valle de los Templos de Agrigento el recorrido de la cuarta etapa corta longitudinalmente Sicilia de Norte a Sur, pasando por una multitud de paisajes dentro de un abanico de sugestiones históricas, ambientales, arquitectónicas, literarias y de atmósfera: estamos en las tierras de Pirandello y de Tomasi di Lampedusa, de Sciascia y de Camilleri.
La Cuenca de Oro, el arco de colinas densamente urbanizado y cultivado que ciñe Palermo, se esfuma a lo largo de la carretera nacional 121 en claros más ásperos, interrumpidos de vez en cuando por núcleos urbanos aislados entre los cultivos herbáceos. Dejando atrás las memorias árabes-anglonormandas de Misilmeri y las albanesas de Mezzojuso —poblada en el siglo XV por refugiados que escaparon de su país después de la incursión de los Turcos— tres cerros marcan la cumbre de la etapa en los alrededores de Lercara Friddi, otrora estratégico lugar para la extracción del azufre en la vía que conectaba Palermo y Agrigento.
La mitad del recorrido está marcada por la roca de San Vitale que genera una enorme sombra sobre Castronuovo di Sicilia, pequeño centro de origen medieval. Se entra entonces en el agrigentino a la altura de Casteltermini, un interior muy diferente de la imagen mediterránea de Sicilia: con colinas y montañas, movido y verde. Siempre zigzagueando entre los cerros, la carretera acaricia el paisaje lunar de los volcanes de lodo de Aragona para luego entrar en la autopista 122 a la altura de Favara, burgo vigilado por la clara autoridad del castillo de los Chiaramonte.
Desde el sillín la vista del espolón de Agrigento, con los acantilados verdes que miran el mar asomados al Valle de los Templos, debe ser también también una emoción que hace latir el corazón.
Obra maestra de la arquitectura de la época normanda, se alza en posición panorámica en el centro del pueblo de Monreale, centro secular del poder eclesiástico en la zona palermitana. Las culturas románica, islámica y bizantina se mezclan en una de las más altas creaciones de la edad media italiana. La fachada cerrada entre dos torres dialoga con los tres ábsides, revestidos por arcos entrecruzados y taraceas polícromas de cal y de piedra. En el interior las tres naves están completamente revestidas con elaborados mosaicos sobre fondo de oro, realizados a caballo entre el siglo XII y el siglo XIII por parte de trabajadores locales formados con mosaiquistas bizantinos, mosaicos entre los que destaca en el cascarón del ábside mediano el medio busto colosal del Cristo benedicente con la inscripción en griego «Pantocrator». El claustro cuadrado del antiguo convento de los Benedictinos es otra joya arquitectónica de finales del siglo XII.
Scopri gli altri highlight della tappa sul sito del Touring Club Italiano